NUESTRO PAIS, VISTO POR GABRIEL ABALOS
"Las personas de la media isla, los que se sienten acunados por esta balsa surcando mares soñados por bucaneros, aventureros, ardientes patriotas, hombres y mujeres esclavizados, creadores y creadoras de un nuevo mundo, empoderados políticos de ambos géneros, líderes honestos, educadores y estudiosos de proyección continental, empresarios visionarios, jueces y estamentos de un funcionariado que a veces no es cómplice, mujeres bellas e inteligentes de pelo bueno o malo, artistas de notable aporte, mujeres bravas que han conocido el infierno, machistas pegadores y festejadores de los golpes, gloriosos beisbolistas, músicos hechizantes; en fin, una variedad humana equivalente a la de toda dramaturgia histórico-social nacional, en este caso particularmente más expresiva y no menos castigada que en tantos otros pueblos.
El malecón por el que todos van y vienen como el mar que no muere. Los colmados y las yipetas con grandes bocinas sacudiendo el aire, empecinados en ahuyentar el silencio de la época colonial a puro reggaetón. Los bocinazos del tránsito, inútiles para otro efecto que no sea desgastar la capacidad auditiva de los congéneres, dirigidos a un carro eterno y proteico que siempre obstruye el futuro; recibidos desde atrás a cuenta de un perpetuo carro de dimensiones, colores y marcas infinitas, del cual se está a la vez condenado a ser el terco tapón. Cito a Carlos, amigo dominicano: “Le toqué bocina a un tipo de una yipeta, y él me dice: ¿Adónde tú va tan apurao…? Si adelante sólo etá la muelte….”
Haitianos y haitianas inconfundibles vendiendo tarjetas telefónicas, o cavando los cimientos de edificios que no los ampararán. Semidormidos guachimanes mal armados, vigilando cuanta institución privada o pública existe entre dos esquinas. O vendedores de frutas fragantes. A un haitiano joven, mientras pelaba una piña, le pregunté (sin mucho gasto intelectual de mi parte) por qué estaba aquí, si es que no le gustaba o no podía vivir en su país. Tardamos en entendernos en esa especie de “pidgin” improvisado entre vendedor haitiano y cliente sudamericano, ambos en “mal dominicano”. Especialmente yo tardé en interpretar la respuesta que me repitió unas tres veces: “Ete país mío”. El subrayado y el nudo en la garganta van por mi cuenta."
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